BEPPO, FULGOR DE BOHEMIA

BEPPO, FULGOR DE BOHEMIA

Beppo decidió por sí misma hasta después de su muerte animal, acaecida en soledad, el 5 de febrero de 1989. Siempre se había revelado contra los condicionantes sociales que en su época tenía la mujer; su vida constituyó un reto constante por superar esta coyuntura endémica del mundo occidental.

Había dado instrucciones a su amigo Julián Avilés para que, tras su fallecimiento, su cuerpo fuese incinerado y se esparcieran sus restos en la colina más alta de un bosque de olivos, a la sombra de uno muy particular, que le había regalado años atrás su buen amigo "Juanjo", un labriego de Chiclana de Segura, el "Valle del Paraíso" privativo que Fredra Abdul Wahab creyó encontrar entre las montaraces lomas y angostos desfiladeros de las sierras de Jaén.

Beppo había nacido en Londres, el 22 de junio de 1899, en el seno de una familia de ascendencia aristocrática. Su padre era un músico, que vivía en el barrio de Hampstead. De su infancia y adolescencia casi nada sabemos, pues a los catorce años quiso romper voluntariamente con su pasado, y con la estricta educación victoriana que aún imperaba en su país, fugándose con un tenor italiano.

En lo sucesivo, su existencia quedaría condicionada por la constante presencia del Sur. Pertenece a Beppo a esa peregrina estirpe de británicos, centrífuga y meridional, que abandona la civilizada y convencional vida de la gran metrópolis, o el bucólico encanto- un tanto acaramelado- de sus dulces campiñas, para pasar la mayor parte de su vida en los cálidos, broncos y vitalistas parajes mediterráneos.

Esta topología de personajes, la del inglés que había fuera de su patria por propia voluntad -sin perder jamás su inabdicable naturaleza británica-, ha conformado una de las constantes de ese país, fundamentando la más genuina de sus peculiaridades raciales, el origen e su universalidad. Son estos individuos quienes constituyen los soportes singularizados de esa cultura, quienes definen, en suma,, sus hechos y biografías más geniales. Esta actitud, que les induce a viajar hacia las tierras ribereñas del Mediterráneo- y si es necesario, hasta los confines del mundo-, se constituye en una perseverancia histórica de esa civilización: Desde Byron, Shelley o Robert Browning en el siglo XIX, hasta D.H. Lawrence, Robert Graves, Durell o nuestro fiel coterráneo Gerald Brenan -andaluz de adopción y sentimiento, como la misma Beppo- en el XX.

No sabemos cuál fue el apasionado itinerario que Freda realizó en compañía del cantante de ópera italiano. Sin embargo, sí tenemos datos acerca de su presencia en París, a partir de 1917, fecha en que fija u residencia junto al Sena. Allí conoció al príncipe tunecino Florence Abdul Wahab, "joven, guapo, libre en sus andanzas y en su espíritu. Con una inteligencia y un gusto finísimo. Seductor y familiar como le es dado ser a pocos individuos" ( Marcel Sauvage, "Abdul, l'aquarelliste tunissien", Le Magazine de l'Afrique de Nord (Número special "Arts Ménagers", juillet-1953.), que se convertiría en su marido. Este noble norteafricano residía desde 1911 en París, adonde había acudido para satisfacer sus inquietudes pictóricas. Discípulo de Jean Paul Laurens, le apasionaba la obra de los fauves y frecuentaba la amistad de Modigliani, Pascin, Brancusi, Soutine y Van Dongen, entre otros.

Freda Clarence Lamb, tal era el nombre de soltera de nuestra pintora, tuvo ocasión de conocer a todos estos artistas, cuya obra, con el paso de los años, llegaría a constituir uno de los capítulos más relevantes de la historia del Arte Contemporáneo.

No sabemos en que fecha decidió Freda utilizar el nombre de "Beppo" para firmar sus trabajos, ni tampoco si este seudónimo fue ya usado por ella o, incluso, por su familia, con anterioridad. Lo cierto es que tal nominativo fue empleado por George Noel Gordon, mucho más conocido por su título de Lord Byron (1788-1824), para titular un precioso y festivo cuento burlesco, que había escrito durante su estancia en Italia, cuya ficción tenía lugar en Venecia, y que consideraba, en tono distendido -al estilo quattrocentista de Pulci, el creador de la epopeya burlesca, precursor de Ariosto-, los amores licenciosos de una dama, con el beneplácito final de su propio marido. Esta obra, de tono vitalista y jocoso, Beppo (1817), bien pudo sintonizar con una personalidad como la de Freda, libre, dispuesta a desembarazarse de toda atadura, rebelde, temeraria, indómita... Además, hay otra circunstancia que, casualmente, nos relaciona aún más a los dos personajes que estamos considerando: En su tiempo fueron muy censuradas las constantes infidelidades de Lord Byron, hasta el punto de que fue precisamente por esta circunstancia expulsado de Inglaterra. Una de sus amantes más libertinas fue Lady Caroline Lamb, efébica, ambigua, andrógino y que, curiosamente, tenía idéntico apellido que nuestra homenajeada.

En cualquier caso, existiese o no algún posible parentesco entre estos personajes, lo cierto es que Freda Clarence, en lo sucesivo Beppo Abdul Wahab, quiso adoptar idéntica disposición frente al mundo, dejándose levar por sus impulsos y sus pasiones, en la búsqueda de su propia identidad.

Beppo, acompañada de su marido, visitó Andalucía en los años cuarenta. Florence tenía especial interés por conocer Almería, la patria de antepasados emires familiares. Sin embargo a Beppo la cautivó el "duende" de una guitarra que en Sevilla la sedujo para el Flamenco. Abdul volvió a París, pero ella ya no quiso dejar nuestra tierra jamás. Seis años pasó en la Ciudad del Betis, metida hasta el cuello en este ambiente, apasionándose con el cante, degustando las claves constitutivas de esa característica forma de armonía, tan profunda, tan auténtica, tan racial. Al cabo dejó Sevilla; anduvo recorriendo los campos y pueblos de España, sus montes y caminos, sus valles y también sus mesones. Aprendió a conocernos como ninguno de nosotros lo haremos jamás.

Sus amigos la recuerdan como una mujer extremadamente culta e inteligente, ávida lectora, mordaz y crítica con los necios, animada conversadora, docta en entelequias, en ensueños y nostalgias... libre, enteramente libre, hasta el punto de eliminar de su vida casi todo, de manera absoluta lo superfluo. Vivía con muy poco, al final de su vida pasó hambre, pero en su existencia no había nada que justificase la más mínima cesión respecto al privativo albedrío de su libertad.

Su pintura era extremadamente sutil. Se dedicó especialmente al paisaje, considerando como objeto preferente de representación los olivos, que se convirtieron durante años en exclusivos protagonistas de sus cuadros. Beppo encendía sus ramajes, transmutaba su plúmbeo verdor en antorchas sinuosas, que entremezclaban su flama con el cielo. Erauna artista especialmente dotada para cargar de expresividad cada uno de los grafismos que definían la composición; tenía una gran capacidad de síntesis, reveladora de un activo potencial de discernimiento y de una imaginación poderosa, y sabía imprimir a sus trabajos el ritmo compositivo adecuado para dotar a la obra de movimiento, confiriéndose las precisas sugerencias sonoras, posibilitando que, desde dentro del soporte, fluyesen las fragancias consubstanciales a los motivos representados.

En el conjunto de su obra yo destacaría especialmente sus serigrafías, en las que el proceso sintético de estilización alcanza valores ciertamente excepcionales, poniendo de relieve su extrema sensibilidad para resolver el conjunto de la composición, por medio de un contenido uso del color, fomentando una mayor protagonismo de la línea de contorno y del plano monocromo, como recurso expresivo.

Beppo se ha transformado. Una placa distingue humildemente al vegetal beficiario de su predilecto bosque elevado: "Beppo, 1899-1989". Desde el subsuelo, disuelta por la lluvia y el roce de las nubes, convertida en nutritivo fermento, Beppo da vida a otra nueva vida, circula apasionada por los vasos leñosos, a través de numerosos y minúsculos tubos liberianos-inquieta, agitada, como antes la sangre fluyera por sus veras-, diluida con la savia en su circuito ascendente, hasta asomar su mirada expectante entre los brotes, con sus ojos azules al verde del olivar.

Miguel C. Clémentson Lope.